Lo primero de todo es preparar la embarcación, una tarea muy importante antes de pintarlo para obtener el mejor acabado.
Los daños que se hayan originado en la superficie deben ser tapados con masilla y lijados adecuadamente hasta que toda la zona se quede lisa. De hecho, toda la superficie debe ser lijada, de manera que se quede lo más uniforme posible. Con ello hacemos desaparecer ciertos defectos o marcas de brocha que de otra forma se harían visibles tras darle el acabado final.
Lo último es limpiar bien la superficie y desengrasarla con un trapo humedecido en acetona u otro producto óptimo.
En ocasiones resulta importante acabar con las capas de pintura antiguas porque se corre el riesgo de aplicar la pintura encima de otra vieja que no está bien adherida. Para que sea así se puede utilizar un decapante especialmente indicado para embarcaciones que se ha de utilizar con sumo cuidado o bien emplear el lijado mecánico.
No es lo mismo pintar una embarcación con un rodillo que a pistola, pues en este caso las capas son más finas y por lo tanto es necesario aplicar más capas. De todas formas, las capas ya aplicadas se secan de forma rápida y se pueden incorporar varias en cuestión de poco tiempo, lo que resulta muy práctico.
El único inconveniente es que resulta necesario proteger los barcos que están próximos para que la pintura no llegue a ellos e impedir los goterones y posibles descuelgues.
A la hora de aplicar mayor o menor número capas también hay que tener en cuenta el grado de perfección del profesional o armador y si el nuevo color difiere mucho del original.